Condiciones de género hacen la diferencia

Por: Samuel Arroyo

Requisito indispensable para lograr la equidad en la salud es reconocer que mujeres y hombres tienen necesidades diferentes. En relación con las enfermedades tropicales, la inequidad hacia las mujeres es absoluta: ellas siempre salen perdiendo.

 

A pesar de que la exposición a cualquier enfermedad es similar en ambos sexos, su desarrollo depende sobre todo de las condiciones de vida, la edad, la educación, el nivel de ingreso o el lugar que ocupa dentro de la familia. Las estadísticas de los organismos internacionales se demuestran con varios ejemplos.

 

Gusanos, agua e infertilidad femenina

 

El caso de la esquistosomiasis es ilustrativo: consiste en una infección por gusanos (esquistosomas) transmitida por una o varias especies de caracoles de agua. En las sociedades donde las mujeres tienen la tarea de lavar la ropa y recoger el agua, el riesgo de contaminación es mayor que el de los hombres de la misma comunidad, y ocurre lo contrario si éstos se dedican a la pesca.

 

En la mujer, la esquistosomiasis se asocia a la infertilidad, el aborto, parto prematuro y embarazo extrauterino; en ocasiones, los síntomas de esta enfermedad en su variante genital y urinaria se confunden con los de una enfermedad de transmisión sexual. Esto significa para las mujeres, además del estigma y rechazo de su pueblo, retrasar la búsqueda de atención médica y que privilegien el uso de la medicina tradicional.

 

Las mujeres tienen más qué perder

 

 

Otras enfermedades que afectan de distinta manera a hombres y mujeres son la leishmaniasis y la lepra, ya que se trata de infecciones que desfiguran y hasta mutilan algunas partes del cuerpo. En este sentido, el aspecto físico de la mujer influye más que el del hombre ante sus perspectivas de conseguir o mantener una pareja.

 

El tracoma, por ejemplo, es más común en las mujeres que en los hombres; lo mismo ocurre con la enfermedad de Chagas: durante muchos años, su transmisión congénita había sido ignorada por los servicios de salud y por las propias mujeres. Aunado a este factor, está el hecho de que el padecimiento es transmitido por los animales domésticos y salvajes que cohabitan en los entornos urbanos y pobres y donde las mujeres permanecen la mayor parte del día.
Como menciona la doctora Pamela Hartigan en su ensayo Enfermedades transmisibles, género y equidad en la salud, “no debemos olvidar que parte de las múltiples tareas de género asignadas a las mujeres, estén o no enfermas, es el trabajo relacionado con el sostén del hogar y de los miembros de la familia”.

 

En la forma como se adquieren y padecen las enfermedades, en la búsqueda de tratamiento cuando ya es demasiado tarde, por falta de tiempo o la imposibilidad de dejar a sus hijos en otras manos, las mujeres tienen mucho más que perder.