Todo nos “oxida”

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Durante las reacciones de oxidación en nuestras células se generan compuestos conocidos como radicales libres que están asociados con el envejecimiento y la enfermedad/ Fuente: Photos.com

 

Suspirar, hablar, besar, comer, saltar y todas las acciones que realizamos en la vida cotidiana no serían posibles sin la intervención del oxígeno. De ahí que el proceso de oxidación sea algo natural y necesario.

 

Mediante reacciones químicas de oxidación, nuestro organismo obtiene energía a partir de determinados compuestos de los alimentos, como los azúcares y las grasas. Conforme estos compuestos se oxidan (pierden electrones), van cediendo energía que es capturada por nuestras células y se transforman en elementos simples.

Este proceso de oxidación concluye cuando el oxígeno —que llega a nuestras células a través de la respiración—, captura los electrones que se liberan de las fuentes de energía. Los electrones los desechamos a través del agua y el dióxido de carbono que expulsamos también al respirar.

 

Inevitablemente, durante las reacciones de oxidación en nuestras células se generan compuestos conocidos como radicales libres, unas moléculas que oxidan las sustancias de las propias células: proteínas, grasas, material genético, entre otras. Este deterioro está asociado al envejecimiento y la enfermedad.

Nuestro organismo cuenta con una protección contra los radicales libres. El sistema “antioxidante” natural está formado por proteínas (enzimas) que detonan reacciones químicas de eliminación de los radicales y otras moléculas oxidantes.

 

El problema radica en que el estrés cotidiano, la enfermedad y otras circunstancias producen un exceso de estas moléculas, contra las cuales nuestro cuerpo no tiene suficientes defensas. 

Por fortuna, podemos acceder a un paquete adicional de antioxidantes a través de una dieta rica en frutas y verduras, pues una gran cantidad de ellas posee un alto contenido de compuestos que neutralizan a los radicales libres, principalmente los flavonoides y las vitaminas A, C y E, detalló Agustín López Munguía, especialista del Instituto de Biotecnología de la UNAM.

 

Los antioxidantes propios del organismo y de los alimentos difieren mucho en su naturaleza química y en el mecanismo para combatir a los radicales libres. Además, no actúan solos, como lo hacen los medicamentos, sino de forma tal que se potencia su actividad por la presencia de unos y otros, así como de otras sustancias celulares. De ahí el efecto benéfico de las frutas y verduras, e incluso de las especias, difícilmente comparable con el de los suplementos alimenticios, explicó.

La oxidación puede contribuir al desarrollo de infecciones virales o enfermedades como la artritis reumatoide, mal de Parkinson, Alzheimer y cáncer. Sin embargo, nuestras células también forman moléculas oxidantes, las cuales usan como mecanismos de regulación y expresión de nuestros genes para realizar determinadas funciones, o bien, para defenderse de bacterias y otros microorganismos amenazantes.

 

Al mismo tiempo, algunas enfermedades derivan de una activación injustificada de nuestro sistema de defensa oxidativa ante una falsa alarma, es decir, una señal de peligro percibida pero inexistente, lo que da lugar a enfermedades autoinmunes y alergias.
 

 

 

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