Carta al primer hombre de mi vida: mi padre

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Foto de padre e hija abrazados
Carta al primer hombre de mi vida: mi padre Foto: iStock

De niña fuiste mi superhéroe; hoy, con la capa rota, una barriga que se asoma entre los botones y ese caminar arrastrado, sigues salvando mi vida.

 

A mi padre…

A veces me pregunto qué sería de mi vida sin ti, sin tu gruñir cuando algo te molesta y esa mirada que ilumina el espacio, la más azul, brillante y dominante, desde que tengo memoria; pero no puedo ni imaginarlo, porque has estado en cada paso, en cada llanto, en cada logro y cada fracaso.

 

Desde niña fui consciente de lo afortunada que era de tenerte. En un mundo donde la maternidad es lo que destaca y la paternidad está supravalorada, yo te tenía, tomando mi mano, haciendo malabares para llevarnos a la escuela entre micros y combis.

 

Hoy sé que no fuiste extraordinario, que cumpliste con tu papel como todo padre debería, pero a pesar de eso, pusiste la vara muy alta para lo que continuaría, en un país donde la mujer cría y el hombre provee.

 

Nunca fui tu princesa, no recuerdo haber recibido ese apodo, pero siempre me protegiste como tu tesoro; lo sigues haciendo, a pesar de la distancia tan grande entre mi primer llanto y las canas que empiezan a asomarse en mi cabello.

 

No crecí entre tiaras y lujos, ni me regalaste mi primer coche; me diste algo más valioso: me enseñaste a esforzarme por obtener lo que quería. Tus manos rasposas me enseñaron a no tener miedo al trabajo duro y a nunca menospreciar a alguien, aunque socialmente se acostumbre a mirar para abajo a quien no camina de traje.

 

La humildad es hoy, una de las más grandes cualidades, y yo la aprendí de ti. Nunca fuiste muy sociable, eso te lo heredé, pero siempre fuiste amable y así me educaste: con la cabeza lo suficiente alta para no caer y a la altura correcta para ver a los demás, y ayudar.

 

Y sí, también tuviste, tienes tus defectos, el amor no me ciega. Fuiste un hombre de “la vieja escuela”, intentaste educarme como “mujercita” que atiende a los varones, pero resististe con amor mi rebeldía, el cambio de los tiempos que vivíamos y me enseñaste a volar.

 

Desde muy pequeña me dijiste que no me atuviera a nadie y aprendí a caminar sola, sin miedo a perderme en el camino, porque sabía que, de alguna forma, tú ibas detrás, incluso cuando no estuvieras.

 

Siempre impulsaste mi curiosidad por aprender, por leer, por avanzar… A veces con más mano dura de la que una niña desearía, pero es a ti a quien le debo gran parte de la mujer que hoy soy: aguerrida, apasionada, profesional y sí, también ansiosa y un tanto depresiva.

 

Porque nuestro camino no ha sido siempre color de rosa. Más de una vez desee tener un padre más cariñoso, comprensivo, menos “estricto”, más “amigo”; me tomó años entender que eras un hombre haciendo lo mejor que pudo, aunque en el camino dejó un par de heridas que me tocó sanar.

 

Pero a pesar de todo, eres mi más grande orgullo, mi punto débil, el hombre de mi vida, aquel cuyo apellido porto con orgullo, porque es quien me dio no solo la vida, sino las armas para enfrentarla.

 

Todos deberíamos tener al lado alguien como tú, no solo un padre, sino todo lo que representas. El hombre de barba blanca que da consejos y habla de Dios... y aunque a veces tu Dios y el mío, parecen no conocerse, me enseñaste a creer y a crear.

 

A nunca dejarme llevar por lo que otros dicen, incluso tú mismo… y así te caché con cosas que jurabas reales y eran solo una idea, tan tuya que se volvió mía. Siempre me impulsaste a investigar y heme aquí, escribiendo historias.

 

¿Qué fue de aquellas notitas que te dejaba siendo niña? Tantos poemas que escribí cuando recién aprendí a hacerlo, que me llevaron a lo que hoy soy, gracias a ti.

 

A veces me pregunto si me alcanzará la vida para escuchar todas tus historias y grabármelas. Desde el niño que amaba comer miel y luchó desde pequeño por su familia, hasta cómo te convertiste en quien hoy eres.

 

Pasan los años y no deja de emocionarme escucharte llegar; me aprendí el sonido que tienen tus zapatos al subir las escaleras y cómo metes las llaves al estar frente a la puerta.

 

Soy tu sangre, pero sobre todo, la niña que criaste entre exigencias, regaños y el latido de tu corazón cuando me acurrucaba en tu regazo. Eres parte de mí, tanto, que siempre serás el primer y más grande hombre de mi vida.

 

Y tú… ¿qué le dirías a tu padre?

 

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